El 8 de diciembre de 1854, el papa Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, declarando que la Virgen María, a través de una gracia especial de Dios, fue preservada del pecado original desde el momento de su concepción. Este misterio de fe, largamente venerado en la Iglesia, pasó a reconocerse de manera oficial como una verdad de la fe católica.
Cuatro años más tarde, en 1858, en Lourdes, una joven pobre e iletrada de 14 años, Bernardita Soubirous, vio a una «bella Señora» en la Gruta de Massabielle. El 25 de marzo, festividad de la Anunciación, la Señora al fin le reveló su nombre: «Que soy era Immaculada Councepciou» («Yo soy la Inmaculada Concepción»).
Estas palabras sorprendieron a Bernardita, quien no las comprendió, pero las repitió fielmente al párroco de Lourdes. Para él, fue una confirmación conmovedora: aquella joven, incapaz de inventar una expresión teológica de tal profundidad, acababa, sin saberlo, de autentificar el dogma proclamado pocos años antes.
A través de esta revelación, la Iglesia reconoce un signo muy poderoso: es la propia Virgen quien confirma lo que la Iglesia ha definido por la fe. De esta forma, Lourdes se convierte en un eco vivo del dogma y en un lugar donde María manifiesta su presencia maternal, pura y cercana a la humanidad herida.
Lourdes desde la perspectiva de los papas
A lo largo de los años, los papas siempre han manifestado un profundo interés por Lourdes, reconociéndola como un signo providencial y una fuente de renovación espiritual para la Iglesia.
- Pío IX, papa en el periodo de las apariciones, reconoció el dogma de la Inmaculada Concepción en 1854, cuatro años antes de los sucesos de Lourdes, lo que confirió una gran legitimidad al testimonio de Bernardita.
• León XIII apoyó de manera significativa el culto mariano en Lourdes y aprobó múltiples oraciones e indulgencias relacionadas con el santuario.
• San Pío X beatificó a Bernardita en 1925. Más tarde, fue canonizada por Pío XI en 1933.
• Juan Pablo II dejó huella en la historia reciente al visitar Lourdes en 1983 y 2004, a pesar de su avanzada enfermedad. En este lugar donde el cielo tocó la tierra, Juan Pablo II quiso ser uno más entre las personas enfermas que peregrinan a Lourdes.
• Benedicto XVI también peregrinó a Lourdes en 2008, con motivo del 150 aniversario de las apariciones. Destacó la importancia del silencio y la oración, que constituyen la parte más esencial de la experiencia de Lourdes.
• El papa Francisco, aunque no visitó la ciudad en persona, a menudo hablaba de Lourdes con afecto, poniendo de relieve la atención prestada a los pobres, las personas enfermas y los más vulnerables.
Las visitas papales a Lourdes
Seis cardenales, que llegaron a ser papas a partir de 1914, peregrinaron a Lourdes antes de su elección.
Ya en la década de 1890, este fue el caso de los futuros Benedicto XV (1914-1922) y Pío XI (1922-1939). Fue Pío XI quien beatificó a la vidente de Lourdes el 14 de junio de 1925 y, posteriormente, la canonizó el 8 de diciembre de 1933. El futuro Pío XII (1939-1958) visitó Lourdes en 1935 y consagró una carta encíclica a Lourdes, titulada La peregrinación de Lourdes, publicada el 2 de julio de 1957. El futuro Pablo VI (1963-1978) peregrinó a Lourdes en dos ocasiones, en 1958 y 1962, mientras que el futuro Juan Pablo I (agosto-septiembre de 1978) lo hizo en 1975.
Lourdes ha recibido a tres papas de manera oficial:
- Juan Pablo II (1983 y 2004): durante sus visitas, rezó en la Gruta, se reunió con las personas enfermas y celebró la misa a cielo abierto. Su última peregrinación, realizada en silla de ruedas, fue un testimonio emotivo de fe vivida en el sufrimiento. Antes de convertirse en papa, el cardenal Karol Wojtila visitó Lourdes en 1947 como joven sacerdote, luego como arzobispo de Cracovia en 1964 y, finalmente, como cardenal de Cracovia en 1975.
• Benedicto XVI (2008): su peregrinación marcó las celebraciones del 150 aniversario de las apariciones. Participó en la procesión mariana y pronunció grandes mensajes sobre la fe, el sufrimiento y la misión de la Iglesia.
• No podemos olvidar al cardenal Angelo Roncalli, quien viajó a Lourdes antes de convertirse en el papa Juan XXIII, cuando aún era nuncio apostólico en París. En esa ocasión, vino a consagrar la basílica de san Pío X, construida para conmemorar el 100 aniversario de las apariciones.
Estas visitas marcaron profundamente la historia del santuario, reforzando su unión con la Santa Sede y su proyección a nivel mundial. Cada una de las visitas papales a Lourdes se vive como un momento de gracia para los fieles y un impulso para todos aquellos que portan una cruz en su vida.
«Solo en Lourdes nos sentimos tan conmovidos por la oración, el olvido de nosotros mismos y la caridad. Al ver la devoción de los camilleros y la paz serena de las personas enfermas, al constatar el espíritu de hermandad que une en una misma invocación a fieles de todo tipo de procedencia, al observar la espontaneidad de la ayuda mutua y la fervorosa sencillez de los peregrinos arrodillados ante la gruta, entonces, hasta el mejor de los hombres queda capturado por el atractivo de una vida más plenamente dedicada al servicio de Dios y sus hermanos; los menos fervientes se vuelven conscientes de su tibieza y redescubren el camino de la oración; los pecadores más endurecidos e, incluso, los escépticos se ven a menudo tocados por la gracia o, al menos, si son sinceros, no permanecen insensibles al testimonio de este «grupo de los creyentes [que] tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32). La peregrinación de Lourdes, 2 de julio de 1957 – papa Pío XII.